Aceite y Vino. De la uva tempranillo, moscatel o malvasía que poblaba las viñas que existieron en la localidad se elaboraba un vino para el autoconsumo que se prensaba en dos lagares, ya parte de la historia de la villa.
Pero ha sido la aceituna, desde tiempos inmemoriales, el bien más preciado de San Felices, una aceituna manzanilla que ofrece un aceite de gran calidad, de color del oro viejo con delicados matices verdosos y dulces aromas frutales, vendido por los arrieros de la localidad en los municipios por toda Castilla gracias a su intenso sabor con toques dulzones, y que desde siempre se ha utilizado no sólo para cocinar los platos típicos de asado, sino también para la elaboración de postres o sazonar y condimentar quesos.
Tres eran los lagares que existieron en tiempos no tan antiguos en San Felices, y que funcionaban sin descanso desde el mes de febrero hasta el de mayo moliendo la aceituna manzanilla cultivada en nuestros olivares. De aquellos lagares salía el aceite para el consumo familiar, y lo sobrante era vendido por 40 arrieros de la localidad por toda Castilla, regresando con aquello que no disponía la localidad.
La Repostería. Las setas de Pie Azul, el Boletus, el Champiñón o en Níscalo, pero también los embutidos, la perdiz, el conejo o la tórtola cocinadas con aceite de oliva y bien regadas con vino local, han formado parte desde antaño de la gastronomía de San Felices. Sin embargo, la repostería de nuestra localidad ha sabido ganarse un protagonismo merecido. Famosos son nuestros repelaos, el bollo de patata o el piñonate de almendra y azúcar que los mayordomos de la cofradía del Nazareno ofrecían a los más allegados el día de la Santa Cruz, como recuerdo de la fiesta compartida.
Tanta era la importancia de la repostería en San Felices que, no hace demasiado tiempo, la cofradía de la Virgen de los Remedios subastaba los bollos maimones que elaboraban las muchachas casaderas de la localidad, con la intención de que el amado diera muestras de interés.
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Olivares © Ángel Espinazo Pérez
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