Fue San Felices tierra de rebaños de ovejas, cabras, vacas, caballos, asnos y piaras de cerdos. Pero la agricultura también tuvo su protagonismo, fundamentalmente dirigida al cereal, el olivo, la vid o los frutales, que podemos ver ordenados en los antiguos bancales del Águeda. En las proximidades de la villa aún se contemplan las huertas de legumbres y hortalizas, protegidas del ganado por cercas de piedra.
Pero el mayor valor natural de San Felices se centra en las Arribes del Águeda, afluente del río Duero que, a lo largo de su camino hacia Portugal, ha ido excavando en el duro granito un profundo cañón, de paredes verticales, donde anidan todo tipo de aves rapaces.
Las Arribes del Águeda es una reserva de aves, la mayoría protegidas. No es difícil contemplar desde los muchos miradores el vuelo del alimoche, del buitre leonado, de aves protegidas como la cigüeña negra o el águila perdicera. No en vano, San Felices de los Gallegos forma parte del Parque Natural Arribes del Duero, espacio protegido de gran valor medioambiental, y de la Reserva de la Biosfera Transfronteriza “Meseta Ibérica”, la mayor de las Reservas de Europa.
Sus cuantiosos cortados y miradores permiten amplias panorámicas en los que los saltos de agua o los arroyos ofrecen asombrosos rincones de una naturaleza exuberante, donde el rumor del agua se acompaña de los dulces aromas de una vegetación que invita a la paz y a la libertad.
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Mirador de La Mesa del Conde. © Ángel Espinazo Pérez
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